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Celebración de San Ignacio de Loyola: El espíritu de discreción y servicio en la iglesia

San Ignacio de Loyola falleció en Roma el 31 de julio de 1556. Fue beatificado por el Papa Paulo V en 1609 y canonizado por Gregorio XV en 1622.

Cada 31 de julio, la Iglesia Católica conmemora la festividad de San Ignacio de Loyola, la figura trascendental detrás de la fundación de la Compañía de Jesús. Esta orden religiosa, popularmente conocida como los «jesuitas», jugó un papel crucial en la Reforma Católica de los siglos XVI y XVII, y hoy en día sus miembros continúan su labor al servicio de la Iglesia, especialmente en el ámbito de la educación y la cultura.

San Ignacio de Loyola es invocado como patrón de diversas causas. Se le considera protector de los ejercicios espirituales, retiros y jornadas de conversión o meditación, y, a su vez, es el patrón de quienes sirven en el ejército y las Fuerzas Armadas.

Maestro del Discernimiento y la Renovación Espiritual

Este gran santo es reconocido como uno de los maestros del «discernimiento de espíritus», una habilidad para identificar la voz del Espíritu de Dios en los detalles y situaciones de la vida cotidiana. Además, imprimió un carácter renovador a los «ejercicios espirituales», una práctica cristiana fundamental que invita a silenciar el ruido exterior para conectar con la interioridad del alma, donde resuena la voz del Creador.

En su búsqueda por seguir a Cristo, Ignacio desarrolló una espiritualidad distintiva que ha inspirado la creación y el desarrollo de numerosas familias espirituales dentro de la Iglesia, así como diversas iniciativas y obras pastorales. La Compañía de Jesús ha provisto a la Iglesia de misioneros, educadores y evangelizadores a lo largo de los siglos y en todo el mundo, destacándose por los cientos de santos y mártires que han dado su vida «para mayor gloria de Dios». El actual Papa Francisco es uno de los hijos de San Ignacio.

De Soldado a Servidor de la Iglesia

Íñigo (Ignacio) López de Loyola nació en Azpeitia, País Vasco (España), en 1491. Desde joven aspiraba a la vida militar y participó en la Batalla de Pamplona (1521), donde resultó herido. Fue durante su convalecencia que su vida dio un giro radical. Tras leer «La vida de Cristo» de Ludolfo de Sajonia y el «Flos sanctorum» (una recopilación de vidas de santos), quedó profundamente impactado. La lectura de las vidas de aquellos que vivieron y murieron por Cristo lo llevó a cuestionarse: «¿Y si yo hiciera lo mismo que San Francisco o que Santo Domingo?».

Sobre este proceso de conversión, San Juan Pablo II diría: «Ignacio supo obedecer cuando, en pleno restablecimiento de sus heridas, la voz de Dios resonó con fuerza en su corazón. Fue sensible a la inspiración del Espíritu Santo».

«Ad Maiorem Dei Gloriam»: Un Lema Inspirador

«Ad Maiorem Dei Gloriam» (Para mayor gloria de Dios) es, quizás, el lema que mejor identifica al fundador de los jesuitas. Sin embargo, sus escritos y dichos están llenos de otros tesoros. Las palabras de este gran santo tienen una fuerza especial que enciende mentes y corazones: “Ruégale a Dios por todos los que como tú deseamos extender el Reino de Cristo, y hacer amar más a nuestro Divino Salvador”.

Entre sus escritos más importantes destacan los «Ejercicios espirituales», un conjunto ordenado de meditaciones diseñado para que la persona se encuentre consigo misma y con la acción de Dios en su vida. Los Ejercicios son un pilar fundamental de la espiritualidad católica moderna. El Papa Pío XI, al referirse a esta obra, afirmó que el método ignaciano de oración «guía al hombre por el camino de la propia abnegación y del dominio de los malos hábitos a las más altas cumbres de la contemplación y el amor divino».

La vocación del jesuita, según lo recordó el Papa Francisco al inicio de su pontificado, es tener siempre a Cristo y a la Iglesia como centro, a quienes se han comprometido a servir.

San Ignacio de Loyola falleció en Roma el 31 de julio de 1556. Fue beatificado por el Papa Paulo V en 1609 y canonizado por Gregorio XV en 1622. Sus restos descansan en la Iglesia del Gesù en la Ciudad Eterna. Su legado y testimonio, siempre actuales, son un verdadero don de Dios por el que todo católico debe estar agradecido.

Aciprensa.