Tras la muerte de su esposa Leonor en 1546, y habiendo asegurado el futuro de sus hijos, Francisco renunció a sus títulos y bienes e ingresó a la Compañía de Jesús.
La Iglesia Católica celebra hoy a San Francisco de Borja S.J. (1510-1572), un hombre cuya vida dio un vuelco radical, pasando de la cúspide de la nobleza española a la humildad de la Compañía de Jesús. Inicialmente llamado al matrimonio y la vida de la corte, el santo replanteó el sentido de su existencia tras enfrentarse de manera dramática a la caducidad de la vida.
Francisco, IV duque de Gandía, I marqués de Lombay, y consejero personal del emperador Carlos I, estaba casado con doña Leonor de Castro y era padre de ocho hijos. Su conversión definitiva, sin embargo, se gestó en un momento de profundo impacto existencial.
La Promesa Nace Frente al Cadáver de la Emperatriz
Si bien la amistad con los jesuitas y la búsqueda de Dios marcaron su vida, el punto de inflexión ocurrió cuando, como Virrey de Cataluña, se le encomendó trasladar los restos de la Emperatriz Isabel a Granada.
Al cumplir con el protocolo fúnebre de la época, Francisco tuvo que ver y certificar oficialmente el cadáver de la Emperatriz. El rostro, antes lozano y fresco, estaba ahora desfigurado y en proceso de descomposición. Este encuentro directo con la miseria y la fugacidad de la vida humana remeció sus cimientos. Años después, San Francisco de Borja recordaría este momento como «el día de su conversión».
De ahí nació su célebre y contundente promesa: «¡No serviré nunca más a un señor que pudiese morir!»
De la Aristocracia al Servicio de Cocina
Tras la muerte de su esposa Leonor en 1546, y habiendo asegurado el futuro de sus hijos, Francisco renunció a sus títulos y bienes e ingresó a la Compañía de Jesús. Dejó atrás el mundo de la corte para dedicarse por completo a Dios.
En la Compañía, el exduque de Gandía aprendió a ser servidor de todos, incluso desempeñándose durante un buen tiempo como ayudante de cocinero, un oficio que realizó con gran diligencia. Su formación rigurosa, la oración y el estudio lo prepararon para el sacerdocio y, con el tiempo, para grandes responsabilidades dentro de la Orden.
En 1566, fue nombrado Tercer Superior General de la Compañía de Jesús. Bajo su mandato, San Francisco de Borja fortaleció el espíritu misionero de la Orden y fue el principal impulsor del Colegio Romano, que eventualmente se convertiría en la prestigiosa Universidad Gregoriana. Su trabajo fue tan fundamental que el jesuita P. Verjus lo describió así: «San Ignacio de Loyola proyectó el edificio… San Francisco de Borja techó el edificio y arregló el interior».
Con información de Aciprensa.