La cicatriz en su rostro no es una marca de vergüenza, sino un faro de esperanza. Cuando un jugador se le acerca para compartir sus propias luchas, la respuesta de Drew es un «sí, y se puede salir».
A veces, las historias más importantes del béisbol no se miden en jonrones o carreras impulsadas. La de Drew Robinson es una de ellas. Exjugador de los Rangers y Cardenales, Robinson tenía una prometedora carrera en las Grandes Ligas hasta que su vida dio un giro inimaginable.
El 16 de abril de 2020, en un momento de profunda oscuridad, intentó quitarse la vida. Sobrevivió, pero perdió su ojo derecho. Lejos de esconderse, Robinson decidió que la segunda oportunidad que la vida le había dado tenía un propósito. No fue un camino fácil; estuvo lleno de dolor, cirugías, terapias y conversaciones difíciles.
Un año después de su tragedia, con una determinación inquebrantable, volvió al campo de juego. Con un solo ojo y enfrentando el enorme desafío de reajustar su percepción de la profundidad y su timing, se unió a los River Cats de Sacramento. En esa temporada de 2021, demostró una fortaleza asombrosa al conectar tres jonrones y producir ocho carreras en 38 juegos, un logro que va mucho más allá de las estadísticas.
Aunque se retiró como jugador en julio de 2021, su relación con el béisbol no terminó. Los Gigantes de San Francisco crearon para él un rol como embajador de salud mental. Desde entonces, Robinson ha dedicado su vida a hablar con jugadores, entrenadores y personal, abriendo un espacio crucial para la conversación sobre un tema que a menudo se mantiene en silencio.
La cicatriz en su rostro no es una marca de vergüenza, sino un faro de esperanza. Cuando un jugador se le acerca para compartir sus propias luchas, la respuesta de Drew es un «sí, y se puede salir». Su historia nos recuerda que la verdadera victoria no está en el marcador, sino en la valentía de hablar sobre nuestras batallas internas y de ayudar a otros a encontrar la luz.
Agencias.