Han pasado 24 años desde aquella mañana despejada que cambió el mundo para siempre. El 11 de septiembre de 2001, las Torres Gemelas, orgullosos símbolos de la fuerza económica y cultural de Nueva York, se convirtieron en polvo y cenizas en apenas minutos. Hoy, el eco de las sirenas y los gritos sigue vivo en la memoria de quienes lo vieron, lo vivieron o lo perdieron todo.

Un día que se volvió eterno
“Recuerdo el olor… no se iba. El humo se metía en la piel, en el cabello, en el alma”, cuenta con la voz entrecortada María González, zuliana residente en Queens que aquella mañana salió a trabajar como si nada. “Lo que vi desde el puente de Brooklyn fue el infierno en la tierra. Y lo más duro: no poder hacer nada”.
Ese sentimiento de impotencia se convirtió en un lazo invisible entre millones. Padres que jamás volvieron a casa, hijos que crecieron sin respuestas, bomberos que entraron al fuego sin pensar en volver.

El peso de la ausencia
El memorial del 9/11 en Manhattan guarda, en silencio solemne, los nombres de las casi 3.000 víctimas. Cada letra tallada es un universo de sueños interrumpidos. Una flor blanca junto a un nombre basta para quebrar al más fuerte.
Juan Méndez, venezolano que perdió a un primo en la torre sur, dice que aún no puede mirar el cielo despejado de septiembre sin sentir un nudo en la garganta. “Él tenía 27 años. Le gustaba la salsa, quería viajar a Maracaibo a conocer nuestras playas. Nunca pudo”.

Cuando la solidaridad venció al miedo
Entre tanto dolor, también hubo gestos que arrancan lágrimas de esperanza. Vecinos que abrieron sus casas para dar agua y cobijo, médicos que atendieron sin descanso, desconocidos que abrazaban sin preguntar nombres. La humanidad se impuso en medio de la barbarie.

Una herida que nos pertenece a todos
Aunque el epicentro fue Nueva York, la tragedia estremeció al mundo entero. En Maracaibo, Caracas o Madrid, las pantallas transmitieron la misma escena: torres que se derrumbaban como si fueran de papel, arrastrando vidas, certezas y la ingenuidad de un mundo que creyó invulnerable.
Hoy, mientras las luces azules se elevan hacia el cielo en memoria de las torres, también se elevan las lágrimas de quienes nunca olvidarán. El 11 de septiembre no es solo una fecha estadounidense: es un recordatorio universal de lo frágil que somos y de lo fuerte que puede ser la memoria.

Relámpago Zuliano rinde homenaje a cada vida apagada, a cada historia inconclusa y a cada lágrima que todavía recorre el rostro de un mundo que aprendió, a golpes, que la paz es un bien demasiado frágil para descuidarlo.




Johsué Morales
CNP: 24.302
Fotografías: Agencias